Latitudes (o Jean Joseph Loua)
Hoy me ha enviado un correo electrónico Unicef para contarme que se celebra el Día del Niño Africano. La conmemoración se debe a que el 16 de junio de 1976 miles de niños y niñas de Soweto se manifestaron para reclamar una educación de calidad en su propia lengua y muchos de ellos fueron asesinados. Al ver la fecha, pienso que yo entonces era un feto feliz que flotaba en la barriga de mi madre. Un feto dispuesto a estrenar el mundo en un país sumido en la incertidumbre, pero rebosante de esperanzas.
Y al pensar, una vez más, en que venir al mundo aquí o allá hará que lleguemos a ser o no aquello para lo que hemos nacido, me acuerdo (otra vez) de Wallace Stegner y En lugar seguro:
«El talento (…) es suerte, por lo menos la mitad. No es como si nuestros labios de recién nacidos fueran tocados con un ascua y de ahí en adelante tropezásemos con los números o tuviésemos don de lenguas. Tenemos suerte con nuestros padres, maestros, experiencia, circunstancias, amigos, tiempos, dotación física y mental, o no la tenemos. Hemos nacido con la lengua inglesa y las oportunidades de los Estados Unidos (y esto lo digo en 1937, después de siete años de Depresión, pero lo digo en serio), así que estamos entre los que han tenido una suerte increíble. ¿Y si hubiésemos nacido bosquimanos del Kalahari? ¿Y si nuestros padres hubieran sido aldeanos desnutridos de Uttar Pradesh y nos hubiésemos visto ante el problema de llamar la atención del planeta a partir de una dieta de quinientas calorías al día y en urdu? ¿De qué sirve tener un as si todas las otras cartas que tienes son muy malas?»
Y hoy también me acuerdo inevitablemente de Jean Joseph Loua, del que hablé hace tiempo en el otro cuadernillo y que en un día como hoy merece ser, otra vez, nombrado.