Reaccionarios
“¡El futuro queda hacia adelante!”, le grita Mafalda desde la viñeta de mi calendario de sobremesa a un cangrejo que camina hacia atrás ante sus narices. Y, como tantas frases de Mafalda, se me queda rebotando en la cabeza como una letanía. El futuro queda hacia adelante, claro. Tan claro que es imposible que la frase no ande siempre cayendo en el olvido.
El futuro es mañana, sí. Inevitablemente. Para todos. Pero siempre hemos tenido la tentación (yo al menos uno o dos millones de veces) de subirnos en una de esas cintas para vagos de los aeropuertos y dejar que nos haga llegar más allá sin movernos. Sin movernos de nuestro confort, de nuestras rutinas, de nuestro sueldito a fin de mes. Triste, pero no grave. Al menos si no permitimos que la pereza de caminar hacia el futuro acabe en atrofia y nos convierta en adolescentes idiotizados, políticos caraduras, parejas sin corazón, trabajadores apoltronados o padres con síndrome de Peter Pan.
Ahora, sin embargo, en este mar picado en el que braceamos unos y otros, en el que los menos pertrechados sucumben, ya no nos vale clavar los pies sobre este suelo que antes nos parecía a prueba de bomba, porque en lugar de un soporte metálico y bien ensamblado hemos descubierto que vivimos sobre cimiento arenoso, que el único movimiento que nos permite es hacia abajo. Ahora quién nos diera ser el cangrejo del chiste de Mafalda. Quién nos diera poder cambiar el sentido de nuestra cinta andadora para caminar hacia atrás aunque tuviéramos que oír cómo ella nos grita desde la arena:
¿No me oíste?
¡El futuro queda hacia adelante!
¡REACCIONARIO!