La lata
Hace casi veinte años cogí una lata pequeña que originalmente contenía una vela de olor a fresa y la llené de papelitos. La lata, que era redonda y con tapa, estaba ilustrada con cerezas sobre un fondo blanco y en ella guardé un montón de tiras de papel con frases o palabras que podrían sugerirme algo sobre lo que escribir. Acabo de abrir un cajón del escritorio y he visto que todavía está allí; tiene las cerezas de la tapa descoloridas y picadas de óxido, como por un pájaro goloso, pero todavía guarda algunos de aquellos papeles que escribí a los dieciocho años. Estoy tentada a sacar uno para ver qué me inspira, pero el solo hecho de que esté aquí, sobre el escritorio, a unos centímetros del teclado, junto a unas manos que han vivido y cambiado tanto desde entonces, desborda cualquier propósito de escritura.
Tocar esa lata con estas manos, la misma lata que tocaron aquellas manos que no habían tocado casi nada, no es otra cosa que conectar con alguien que ya no existe, con una antepasada que estuvo donde yo estuve y vivió cosas que yo viví, pero que ya no soy yo.
Tocar esa lata con estas manos es sentir también un temblor leve, apenas perceptible, un pálpito de reconocimiento y de responsabilidad por lo que era, con sueños, miedos y esperanzas, y lo que estoy siendo ahora. ¿Qué he hecho con lo que fui?
Tocar esa lata es extrañamente (también) sentir que la auténtica es aquella, la chiquilla clavada en el umbral de la vida, la que ahora queda desvelada cuando las capas de los treinta y tantos van cayendo; cuando, oculta de las miradas adultas y ajenas, la armadura cede y el tejido tierno de las vísceras es vulnerable de nuevo.
Essa sensação… Já a lata está a fazer o seu trabalho. Escreve. Es a mesma pessoa se escreves. Continuas aí mesmo.