Me quedo con Tobias Wolff
Hace más de un año que guardo la página de ABC que encabeza esta entrada con ese pósit pegado. «Vida de ese chico» y debajo, «Tobias Wolff, para el cuadernillo». El artículo habla de cómo las expectativas y valoraciones de los mayores llegan a condicionar el desarrollo de los niños, de cómo las etiquetas se acarrean durante décadas igual que losas invisibles y de hasta qué punto lo que pensamos de nosotros mismos y de lo que podemos llegar a ser tiene que ver con lo que nos transmiten los demás. La familia, los mayores, nos ponen trajes pequeñitos y estrechos que muchas veces no nos dejan crecer o que, en el mejor de los casos, no nos permiten cambiar ante sus ojos aunque los años nos vayan transformando, dando la vuelta como un calcetín.
Por eso puse ahí ese pósit, porque Tobias Wolff habla un poco de eso, pero sobre todo, de la necesidad de redimirnos, de ser vistos con una mirada nueva, limpia, que no nos recuerde lo que fuimos, que no vea lo que quizá aún somos, que no perciba lo que queremos dejar de ser.
«En el fondo de mi corazón despreciaba la vida que llevaba en Seattle –dice el adolescente Toby-. Estaba harto de ella y no tenía ni idea de cómo cambiar. Pensaba que en Chinook, lejos de Taylor y Silver, lejos de Marian, lejos de la gente que ya se había formado una opinión de mí, podría ser diferente. Podría presentarme como un chico estudioso y atlético, un chico digno y responsable y, no teniendo ninguna razón para dudar de mí, la gente creería que yo era así y de este modo me permitirían serlo. No reconocía otro obstáculo para un cambio milagroso que la incredulidad de los demás».
Cambiar es mucho más difícil de lo que pedía Toby, pero yo me reconozco en ese ruego cada vez que empiezo un año, un curso o una libreta nueva. Tengo fe ciega en el punto cero, en la blancura de una primera página, en septiembre. Tengo tanta fe que el día que la pierda sé que no podré asumir mis propios borrones. No soy de borrones, soy de gomas de borrar. De paredes blancas. De otoños.
Por eso me gusta tanto ese Toby que con los años y las incredulidades llegó a convertirse en Tobias Wolff, y por eso hoy, que no tengo libro nuevo ni rosa ni nada, he decidido quedarme con él.